DINORA
Soy Dinora Lindali Rivera Argueta, tengo 38 años y soy hondureña. Estudié Bachillerato y trabajo de limpiadora.
La migración supone la separación física de los seres queridos y sobre todo de los hijos, pero ésta es considerada por muchas madres migrantes como la posibilidad de «completar» su rol maternal. Ya que al no poder satisfacer las necesidades básicas de sus hijos muchas mujeres se ven impulsadas a migrar al extranjero (Carbajal, 2008).
La dimensión social y cultural de la maternidad tiene que ver con las prácticas de cuidado, atención, socialización y crianza de los hijos. Cuando las mujeres migrantes deciden abandonar su país de origen buscando nuevas oportunidades para ellas y para sus hijos, tienen como objetivo lograr mayores beneficios económicos para el grupo familiar, aunque esto signifique su separación. En muchos casos tienen que dejar a sus hijos a cargo de otras mujeres de su familia (Cordero, 2015) .
“Deje a mis hijas allí, y aquí tengo a una pequeña de 3 años…”
Estas mujeres deben dejar de lado los sentimientos de tristeza, melancolía y dolor producidos por la separación, afrontar la culpabilidad y el remordimiento de haber «abandonado» a su descendencia; y asumir responsablemente la migración porque no encuentran ni visualizan dentro del entorno cercano otra «salida» que no sea aquélla de trabajar en el extranjero como empleada doméstica (Carbajal, 2008).
Para estas mujeres, el hecho de saber que a través de la migración es posible que sus hijos puedan acceder a una mejor educación constituye una fuerza que moviliza y da sentido a su estadía (Carbajal, 2008).
En su día a día las madres migrantes también tienen que enfrentarse a la conciliación familiar cuando sus hijos conviven con ella en el país de acogida, siendo esto complicado porque a veces no cuentan con el apoyo familiar o social que podrían tener en su país de origen.
Por otra parte, ser una familia monomarental, es decir, ser madre sola constituye un inconveniente en relación con el proceso de regularización administrativa, pues los ingresos económicos se limitan al de la mujer solamente, dificultándose el cumplimiento de los requisitos marcados por la ley de extranjería actual (Transnacionales, 2006)
Esto se agrava con las características propias del empleo doméstico, ya que muchas trabajadoras del hogar no cotizan por las horas efectivamente trabajadas. Además, algunos empleadores suelen negarse a dar de alta a la trabajadora doméstica por considerar que la contratación de sus servicios es algo muy puntual o de escasa relevancia. Esto es por la existencia de contratos laborales con una duración de horas semanales poco significativa (Cordero et al, 2017).
“LLevo aquí 8 años, tengo la siguiente renovación de permiso de trabajo y residencia y no sé si llego al mínimo de cotización aún trabajando (…)”
Esto supone que cada renovación sea una carga mental, y genere efectos psicológicos de estrés y ansiedad a mujeres migrantes, que deben año tras año mostrar sus niveles de cotización y someterse a largos proceso burocráticos para exclusivamente poder residir en el territorio y poder trabajar.
En definitiva, estas mujeres se encuentran divididas entre sus obligaciones laborales y familiares y sus afectos personales. Se mueven entre dos países, entre dos mundos y más que vivir su experiencia migratoria como una doble ausencia, ausencia en sus hogares y ausencia en un país que no reconoce la importancia de su trabajo, reivindican una doble presencia (Cordero, 2015).
En un par de maletas empaque mis recuerdos y mis sueños.
Con ellos por compañía me aventure a recorrer lo desconocido,
pero en este recorrido sólo pude encontrar
muros difíciles de atravesar.
#YoYaTengoUnaFamilia
#EstrabajoEstrabajadoraEsCiudadana